Este iba a ser nuestro último día completo en Copenhague, ya que al día siguiente tendríamos que recoger todo para irnos al aeropuerto a media mañana, así que decidimos tomárnoslo con calma.
Lo que no sabíamos es que todo cambiaría en cuestión de horas.
A diferencia de los días anteriores, nos dimos cuenta que estábamos en la calle a las 8:30h aproximadamente. MUY PRONTO.
La dueña del piso nos avisó de que venían a limpiar cristales y que si podíamos estar fuera de la habitación antes de las 9. Le dijimos que ningún problema porque era lo que estábamos haciendo cada día, pero claro, debimos funcionar con las prisas y eso pasó, que pusimos las calles.
Decidimos que iríamos a desayunar a un sitio que se llamaba The Laundromat café. Era un sitio chulísimo, una lavandería que también era cafetería y la decoración era lo más.
Nos apetecía un señor desayuno y en este caso, Bichito también estaba despierto. Así que nos pedimos un desayuno completo con tortitas, bacon, tostadas, huevo revuelto… muy americano todo. Comimos genial y no nos pareció excesivamente caro.
A ver, era caro porque todo es caro allí, pero para ser un sitio tan chulo, no era más caro de lo habitual, así que genial.
Nuestra idea era pasear por el barrio moderno de Nørrebro, pero no sabíamos bien bien que ver allí. Empezamos yendo al cementerio Assistens Kirkegård, dónde hay gente famosa enterrada.
No estuvimos mucho rato allí porque, aunque ponía que disfrutases del parque, daba cosa que Bichito intentase todo el tiempo pisar lápidas. Después de unos 10 minutos salimos de allí y seguimos caminando.
Nuestra intención era ir a Frederiksberg garden, pero antes paramos en otra cafetería en una calle que la guía decía que parecía París. Tampoco hay que exagerar.
Había algunos escaparates así más monos y tal, pero nada. El caso es que un tío aparcando el coche lo subió encima de la acera y casi se lleva por delante a Bichito. Nos asustamos un montón y nos gritamos mutuamente en inglés. Muy parisino todo, vaya.
Mientras tomábamos este café, nos dimos cuenta de que no teníamos ningún plan y no sabíamos qué más hacer. Así que dimos un giro de 180º a la situación.
Decidimos que compraríamos la Copenhague Card con la cual puedes entrar en todas partes y coger todos los transportes públicos que quieras y la usaríamos a tope.
Ya que la comprábamos a medio día y duraba 24 horas, ya nos asegurábamos que también nos sirviese para volver al aeropuerto al día siguiente.
Después de hacer los cálculos pertinentes, compramos la Copenhague Card y pusimos rumbo hacia el acuario.
He de decir que yo jamás había estado en uno y que no pensaba que fuese igual de horrible que un zoo. Pero sí, lo es.
Estando allí dentro me dio mucha pena haber ido, pero como habíamos salido de Copenhague, aprovechamos la ocasión y entramos.
No me gustó nada que hubiese pequeñas piscinas para que la gente tocase los animales. No. Eso no se hace. Tampoco me gustó alguna que otra piscina o recinto realmente pequeño. Para ser un acuario relativamente nuevo me pareció una mierda. Así, dicho rápido y mal.
Los 3 comimos allí un plato de fish’n chips y decidimos que volveríamos al centro de la ciudad para visitar el Museo Nacional que no visitamos el otro día.
Allí había una zona de historia para niños. Podían disfrazarse, subirse a estructuras que eran castillos, ver como eran las escuelas en el pasado. Muy chulo.
Nos gustó bastante y pasamos un rato agradable allí. Aunque me hubiese gustado disfrutar del museo de otra forma, la verdad. Con un niño, ¡es lo que hay!
Después del museo, Bichito volvió a dormirse una siesta (eran las 17h) y maridín y yo aprovechamos para merendar en otra cafetería del centro en la que también nos sablaron.
Descansamos un poco y pusimos rumbo al Tívoli de nuevo. Nuestra intención era verlo de noche, iluminado, ya que tiene muy buena fama. Y como teníamos la Copenhague Card en nuestro poder, había que amortizarla.
Entramos en el Tívoli a las 18h y estuvimos dando vueltas por el parque infantil al que habíamos ido el primer día.
Maridín y Bichito se subieron en una atracción que daba vueltas con naves espaciales. A mí me parecía una atracción para niños más grandes, pero no había peligro, así que lo disfrutaron.
Bichito y yo íbamos a subirnos a un tiovivo, y cuando habíamos pagado con nuestros tickets (unos 8€ en total), se puso en marcha y Bichito se asustó. No había manera de mantenerlo subido en un coche o en un animal, así que hizo todo el viaje en mis brazos.
Fuimos a cenar lo mismo que comió Bichito el otro día y que era relativamente barato. Sí, nuggets con patatas. Otra vez con nuestros remordimientos pero pensando que ya quedaba menos para volver a Barcelona.
Había un espectáculo de gente bailando en el escenario principal y nos sentamos a verlo. Bichito flipaba. Estaba quieto, mirando fijamente a esa gente bailar. Le fascinó.
Cuando acabó esta función decidimos dar otro paseo por allí antes de irnos. Ya era de noche y ya estaba todo iluminado. La verdad es que la fama que tiene, la merece. Era precioso y parecía un parque de atracciones de película.
Este día llegamos un poco más tarde a casa y todos estábamos echos polvo.
Al día siguiente tan solo rehicimos maletas y nos fuimos al aeropuerto, así que aquí termina la historia de nuestro viaje.
Si quieres ver estos últimos días en vídeo, aquí tienes el vlog.
¿Qué te ha parecido? ¿Crees que Copenhague vale la pena? ¿Lo visitarías con niños?